Los rugidos de la bestia eran ininteligibles, pero cada uno
de ellos oía, a su paso, palabras crueles y desmedidas.
Tu
hermana te robará el trono, oía la princesa.
No
eres apto para las batallas a las que te debes enfrentar, oía el
caballero.
Estás
viejo y débil, te matarán pronto y fácilmente, oía el dragón.
Y en cierto momento, en medio del infierno al que estaban
siendo sometidos, tras lo que sintieron como años de aguantar, llegó el
silencio.
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