La bestia rugía, rugía y rugía, sin descanso.
La princesa se tapó los oídos.
El caballero se tapó los oídos.
Incluso el dragón, que estaba acostumbrado al fragor de la
batalla, se tapó los oídos.
¿Parará alguna vez? - preguntó
la princesa.
¿Se acabará este
tormento? - le secundó el caballero.
Podéis esperar años,
jóvenes, pues nuestro sufrimiento no ha hecho más que empezar, - les
respondió el dragón, el más sabio y experimentado de los tres.
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